Sacramento de la Eucaristía,
Orden Sacerdotal y Ministerios.
Fr. Milton Torres, OFMConv.
“Dios habría dado algo mayor,
Si hubiera tenido algo mayor que Él mismo”
San Juan María Vianney
(1786 – 1859, el “cura de Ars”)
El Sacramento de la Eucaristía, del Orden y Ministerios.
Para introducirnos al Sacramento de la Eucaristía, tenemos que partir de los textos bíblicos del Nuevo Testamento que evidencian el hecho de la Tradición que se nos ha anunciado, desde el primer texto que Pablo prorrumpe en una de sus cartas, hasta la aparición de los Evangelios. Pablo, en su primera carta a los Corintios, escrita hacia el año 55, habla en el c. 10 del “pan que partimos” y del “cáliz de bendición que bendecimos” y que afirma que él afirma que son “comunión con el Cuerpo y Sangre de Cristo”. Más adelante, en el c. 11 llama a esta celebración “la cena del Señor”. Es el texto más antiguo en referencia a la Eucaristía. Acto seguido, el libro de los Hechos de los Apóstoles, nos aporta más noticias sobre la celebración de la Eucaristía, en medio de una vida comunitaria que también tiene otras manifestaciones culticas, como la oración y la escucha de la Palabra además de la proyección misionera en la sociedad. Me estoy refiriendo a la perícopa de Hch. 2, 42 – 46, siguen también Hch. 4, 32 – 35 y 5, 12 – 16.
José Aldazábal habla de los 4 rasgos de la vida de comunidad en el vv. 42, que Lucas presenta de dos en dos: dirección horizontal (la “didaché” o enseñanza de los apóstoles y la “koinonia” o comunión de vida), dirección vertical (la “klasis tou artou” o fracción del pan y las “proseuchai” u oraciones). En Hch 20 se encuentra una descripción concreta de una de las celebraciones comunitarias: la de Tróade. En Hch 27, 33-38 Lucas cuenta con un lenguaje que recuerda la Eucaristía. En Lc. 24, 13-35, el episodio de Emaús, que no tiene paralelos con los demás evangelios.
El nombre que se recibe en el NT esta celebración es “fracción del pan” y “cena del Señor”. Pablo la llama “mesa del Señor”, “cáliz del Señor”. Se trata de una celebración comunitaria, en el contexto de reunirse, es una celebración abierta, que tiene conexión con la comida. Se dice que ya desde la primera generación esta comida eucarística se conectaba con una celebración de la Palabra, tuvo un ritmo no anual, como la pascua judía, sino semanal por los datos que suministra José Aldazábal.
Desde una óptica teológica y espiritual, la Eucaristía se celebra dentro del contexto eclesial, se celebra con sencillez y alegría, en un clima de alabanzas a Dios. Esta actitud alegre espera, con una comprensión escatológica y definitiva de la venida del Mesías. Algo muy importante es que la idea central en los textos de Lucas, es la presencia del Señor resucitado, por ende hay una relación muy viva con Cristo Jesús en su Cuerpo y su Sangre. Por último es importante resaltar el capítulo 6 de San Juan: clara progresión desde la fe en Cristo como Mesías e Hijo de Dios, hasta la Eucaristía como sacramento visible de esta fe en Cristo. Esta donación de la vida supone una presencia real de Cristo a los suyos en la Eucaristía.
Dentro del marco de la Evolución histórica de la Eucaristía, la Eucaristía partió como un convivio, unido con el Señor en fraternidad, existió ciertas etapas de independización de la Eucaristía con respecto a la comida: Eucaristía con cena o ágape en medio, Eucaristía al final de la comida, Eucaristía y ágape separado, Eucaristía sola sin ágape, y los testimonio de la evolución de la misma. El testimonio más antiguo de la vida de la Iglesia es la “didaché”, descubierto en 1873, que refleja una mayoría impresionante de la tradición sobre las bendiciones del pan y del vino en la celebración de la comunidad, también se menciona la confesión de los pecados. También en esta misma evolución histórica tenemos las cartas de los Santos Padres como Ignacio de Antioquía, San Justino, San Irineo, donde se habla de la Eucaristía en la polémica contra los docetas y judaizantes, apología, diálogo con Trifón y la presencia gnóstica. En los siglos III y IV entra la Traditio Apostolica como un testimonio muy importante después de la didaché, una serie de normas canónicas sobre la vida en comunidad. En estos siglos entra también San Cipriano de Cartago, las escuelas de Alejandría y Antioquía, San Cirilo de Jerusalén, San Ambrosio de Milán y San Agustín, que van organizando la celebración, crece el número de fieles, se origina el primer modelo de plegaria Eucarística, se da el carácter sacrificial de la Eucaristía, como memorial de Cristo sobre todo en San Justino y San Juan Crisóstomo.
En Trento se responde a las posturas de los reformadores como Lutero, Calvino, Zuinglio, etc. y se corrige los abusos de las practicas Eucarísticas, expresado en tres sesiones: XIII: sobre la presencia real; XXI: sobre la comunión; XXII: sobre el sacrificio de la Misa. Con el Concilio Vaticano II, quien le dedica sólo un capítulo de la SC 47-78, participación activa de los fieles, mayor riqueza de las lecturas bíblicas, y la comunión bajo las dos especies.
Aldazábal también hace una reseña grandiosa de la Plegaria Eucarística. Dice que a partir de las formas eucológicas judías, se fue desarrollando en las comunidades cristianas, tanto de oriente como de occidente, la anáfora o plegaria eucarística, de la que quedan pocos testimonios en los tres primeros siglos. La Didaché se puede ver el nucleo fundamental de lo que luego será más propiamente la anáfora cristiana. San Hipólito a principios del siglo III, incluye en la Tradición apostólica una oración de alabanza para el lucernario y una plegaria eucarística completa. También están las anáforas orientales como las antioqueñas: maronitas, malankares, caldeo – malabares, armenas, bizantinas. Las alejandrinas como las coptas, etiópicas, etc. posteriormente con Pablo VI en 1966, se toma la histórica decisión de encargar dos o tres plegarias nuevas, dejando intacto el canon.
Para culminar esta primera parte del Sacramento de la Eucaristía, hay que tener presente su signo central, los elementos del pan y el vino. El pan es la comida ordinaria del hombre, que pronto será la verdadera vida que saciará el hambre de la vida eterna. El vino es la bebida que sacia la sed. Ambos tendrán un nuevo sentido: Cuerpo y Sangre de Cristo derramada en la Cruz, presencia viva en medio de la comunidad. Es la presencia real del Señor, con una clave especial: está resucitado. La Eucaristía es ante todo, la presencia del Resucitado en medio de la comunidad, como en los discípulos de Emaús. El Espíritu Santo realiza esta admirable presencia de Cristo en la Eucaristía; es por ello que se invoca en la Eucaristía al Espíritu, para la transformación de los dones materiales y de las personas.
La Eucaristía también es sacrificio, la clave es el memorial, nuestra celebración es memorial sacramental del sacrificio único, irrepetible de la Cruz. Este sacrificio pascual de la cruz es nuestra celebración eucarística.
Una segunda parte es la Sacramentalidad del Ministerio Ordenado. Se debe tener en cuenta que el Sacramento del Orden es un Don de Dios para su Iglesia. Se le denomina también Sacerdocio Ministerial. La comunión sacerdotal es una comunión por acción del Espíritu Santo, quien suscita carismas de servicio, construyendo a cada Iglesia local en una realidad plural y diferente, y a la vez, en una única realidad, en un único cuerpo, en torno a un centro: el obispo diocesano.
El Concilio Vaticano II, específicamente en la Lumen Gentium 11, se define y se estructura el sacerdocio común o de los fieles por los tres sacramentos de la iniciación cristiana. Así el bautismo los constituye en confesores de la fe recibida; la confirmación en testimonios de Cristo con la fuerza del Espíritu; y la Eucaristía en dadores de la propia vida y en uno solo en Cristo. Dentro de este único ministerio de comunión del Espíritu, suscita la diversidad: Obispos, Presbíteros y Diáconos, que son reflejo de la misión confiada por Cristo a los Apóstoles, de anunciar el Evangelio recibido. Los Obispos, junto con los Presbítero y los Diáconos, recibieron el ministerio de la comunidad para presidir sobre la grey en nombre de Dios como pastores, como maestros de doctrina, sacerdotes del culto sagrado y ministerios dotados de autoridad.
La diferencia sacramental entre el fiel ordenado y no ordenado es la noción del carácter indeleble que implica dos consecuencias: 1. Nunca, sea por deposición, excomunión o abandono deliberado, el presbítero o el Obispo ordenado, según el ritual previsto en los libros litúrgicos de la época, en los que se exprese objetivamente la intención de hacer lo que hace la Iglesia, pueden volver a ser laicos. 2. En todos los casos, los actos llevados a cabo por el Obispo o el presbítero – depuesto, excomulgado, indigno apóstata – que derivan de su calidad episcopal o presbiteral, son válidos si se han llevado a cabo según el ritual previsto, y no pueden ser anulados ulteriormente no declarados nulos.
El don recibido por la imposición de manos y la plegaria de ordenación determinan al cristiano ordenado al servicio de Cristo, Cabeza y Cuerpo, y al servicio de su Reino. El ordenado es relacionado con Cristo y su Cuerpo y con el segmento de la humanidad donde inculturar el único Evangelio de Dios. El ordenado representa a Jesucristo como Cabeza y como Cuerpo, en plenitud en la figura del Obispo. Lo representa en las acciones sacramentales, en el anuncio de la Palabra y la acción servicial y solidaria, con una existencia totalmente eucarística, es decir, entregado para la comunión y la edificación del cuerpo de Cristo.
Jaume Fontbona habla de la figura de Cristo representada en el ordenado, con siete rasgos: del siervo humillado y sufriente, de servidor, de maestro, de enviado, de pastor, entregado, y sacerdote para siempre. La noción del sacerdocio está plasmado en las Sagradas Escrituras: en el AT, o la definición del sacerdocio antiguo la podemos ver en Esd, Ne, y 1-2 Cr; es decir, en los libros proféticos. También del rito de consagración de los sacerdotes que influyeron desde la escolástica hasta Pío XII, Lv 8, 7-9; Lv. 8, 12; Lv. 8, 27-28. En el NT, la carta a los Hebreos es el único texto del NT que usa la palabra sacerdote para designar la función esencial de Jesucristo. También se puede aducir a los textos en Mc. 14, 62; Mt. 26, 64; Lc. 20, 42-43 y la conclusión de Mc 16, 19.
En cuanto a la Reflexión teológica, los rasgos definidores del Ministerio de Comunión está en los rasgos personales que viene definido por el don recibido en la ordenación, que confiere una identidad personal, la propia del Obispo, del Presbítero o del Diácono. El Obispo recibe el don de gobierno, la autoridad del Espíritu para presidir. Es el responsable de la Eucaristía celebrada en su Iglesia local, responsable del arraigo de la catolicidad de la única Iglesia de Dios en un lugar concreto: la Diócesis. Está unido a Cristo como Cabeza y a la Iglesia como Cuerpo, unido al Cristo total en la diversidad y la unidad de la comunión. El don del Presbítero es el de colaborar con el Obispo y aconsejarle en el gobierno pastoral, han de ser personas santas, que conduzcan al pueblo de Dios a la Santidad. Con el Obispo son servidores e imágenes de Cristo, Apóstol y Sacerdote (Rm. 15, 16). Es colaborador de su Obispo en el anuncio de la Palabra; con su Obispo, es un fiel administrador de los sacramentos del bautismo, Eucaristía, reconciliación de los pecados y unción de los enfermos. El don del Diaconado están constituidos como servidores de todo el pueblo de Dios, al servicio del Obispo y de su presbiterio y, por tanto, unidos a Cristo Siervo y Servidor. Los Diáconos aseguran la permanencia de la diaconía de Cristo en la historia, animando a la Iglesia de Dios al servicio de los humanos y de sus sociedades.
Los diáconos son auxiliares del Obispo diocesano, asume una parte de la responsabilidad que tiene el obispo diocesano de hacer presente, en el seno de la Iglesia Local, la atención del Señor a todos los suyos, hacen suya la voz de los fieles para presentarla al Obispo diocesano y, en la liturgia, a Dios mismo.
En cuanto al rasgo colegial, la colegialidad del episcopado se agrupan con el objetivo de agrupar Iglesias locales, no tanto para cuestiones jurídicas y administrativas, sino por tal de ejercer su ministerio episcopal colegialmente. La colegialidad del presbiterado lo forman los presbíteros con su obispo. En cuanto al rasgo sinodal se caracteriza por el hecho de caminar juntos en el ministerio sacerdotal con la comunidad sacerdotal en el seno de la Iglesia local determinada, o en el seno de una agrupación de la Iglesias locales, o en el seno de la comunión de las Iglesias locales de una manera organizada y estructurada.
Y para culminar este recorrido, el lugar de los religiosos y religiosas en la Iglesia, en concreto es bajo la relación con el Obispo diocesano: el obispo tiene la facultad de discernir los nuevos dones de la vida consagrada que el Espíritu confía a su Iglesia, coordina con los Institutos la integración en la comunión de la Iglesia, reconociendo su autonomía; y los religiosos reconocen la autoridad del Obispo.
Aldazábal, J. (1999). La Eucaristía. Barcelona: editorial Centre de Pastoral Litúrgica.
Fontbona, J. (2009). Ministerio ordenado, ministerio de comunión. Barcelona: Editorial Centre de Pastoral Litúrgica.